El acoso escolar es una de las mayores amenazas para la convivencia en nuestras aulas, por lo que debemos poner un gran empeño en establecer pautas conjuntas de actuación entre los centros educativos, las familias y los propios estudiantes. Es necesaria una buena planificación, así como un esfuerzo constante tanto en la detección como en la prevención de estas conductas para conseguir erradicar el acoso de nuestros centros.
No podemos olvidar que este tipo de comportamientos pueden ser extremadamente peligrosos, además de afectar psicológicamente tanto a los acosados como a los acosadores, sin olvidar tampoco a los estudiantes que, de forma pasiva, asisten a las agresiones o a los insultos sin tomar medidas.
Lo primero que debemos hacer para afrontar el problema es distinguir las actitudes que son acoso de las que no lo son.
– El elemento más distintivo es que se trata de una conducta reiterada y que además tiene una finalidad: son una serie de acciones que van encaminadas a humillar, aislar y someter a un estudiante. Esta es la cuestión que más debemos observar y la que diferenciaría una agresión puntual de un caso de acoso.
– Estas acciones, como comentaba antes, tienen una fuerte influencia en las conductas que pueden ser desarrolladas por los estudiantes implicados cuando son adultos. Tanto el acosado como el acosador pueden adoptar, en algunos casos, esta actitud como parte de su interacción con los demás en el futuro.
– Resulta muy difícil percibir un caso de acoso, ya que el acosador evitará la presencia de adultos. El resto del grupo, o los estudiantes del grupo que conozcan el caso, no suelen intervenir ante el miedo de que el acosador se vuelva contra ellos.
– No existen casos estándar de acoso, ya que puede adoptar diversas formas según el grado y el tipo de acciones que se lleven a cabo. No podemos olvidar que, además de los insultos, humillaciones o agresiones físicas, también pueden realizarse otras acciones mediante redes sociales, teléfonos móviles, etc.
– El acoso se suele producir basándose en una circunstancia distintiva del estudiante, lo que implica que en la mayor parte de las ocasiones este acoso está relacionado con cuestiones que pueden venir relacionadas con una forma de hablar, de comportarse, de vestirse, de cultura o de raza.
– Resulta complicado que la víctima pueda resolver la situación por sí sola, ya que la presencia del grupo, así como la presión que puede existir a través de redes sociales, hace que sea difícil eliminar este acoso sin intervención externa.
Las características de las personas que intervienen en una situación de acoso suelen presentar algunas cuestiones comunes.
– En cuanto a las víctimas, es usual que tengan una baja autoestima, dificultades a la hora de entablar relaciones sociales, características distintivas y sobreprotección familiar, que puede llevarles a situaciones de bloqueo ante una agresión.
Las secuelas psicológicas para las víctimas pueden ser graves, e incluyen estrés, depresión, ansiedad, deterioro de su autoestima e, incluso, ideas suicidas.
– En el caso de los acosadores suelen darse situaciones diferentes. Pueden provenir de familias desestructuradas o que hayan sufrido cambios traumáticos. Ese entorno familiar suele ser también disfuncional con respecto a la relación entre padres e hijos, dándose circunstancias de poca comunicación o de excesivo autoritarismo por parte de los progenitores. En otros casos es exactamente la actitud contraria, una excesiva permisividad, la que lleva al estudiante a creer que no existen consecuencias palpables ante los actos que está realizando. También el hecho de que un estudiante pueda recibir castigos, sin seguir una pauta de acciones y consecuencias, hace que tengan una sensación de que la culpa, así como los castigos derivados de ella, no siguen reglas concretas, adquiriendo una imagen casi aleatoria. Por eso resulta fundamental establecer pautas claras y respetarlas, tanto desde el centro como desde la familia.
Otras circunstancias usuales son el consumo de alcohol o drogas, la ausencia de empatía y autocontrol, así como el fracaso escolar o el hecho de haber sido víctima de maltrato doméstico o de acoso por otros estudiantes.
Las consecuencias psicológicas para los agresores son muy graves puesto que pierden la empatía, así como la comprensión de la ética; responden de forma violenta a cualquier problema, careciendo de herramientas útiles para la solución de conflictos en su vida adulta; tratan de generalizar su conducta extendiéndola a los otros y pueden estar en la antesala de conductas delictivas.
También es necesario prestar especial atención a todos aquellos alumnos que, sin realizar directamente la agresión, participan de ella, bien de forma activa (grabando la agresión, ocultando los hechos de forma deliberada, participando en menor medida con insultos o humillaciones, etc.) o bien de forma pasiva (conociendo los hechos y no haciendo nada al respecto). Quiero recordar en este punto esa famosa frase de Albert Einstein: El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad.
Sin estos cómplices silenciosos sería imposible que se dieran casos de acoso con presión grupal, por lo que es conveniente incidir lo máximo posible en la educación y concienciación del grupo-clase como uno de los principales aspectos para evitar el acoso.
En estos estudiantes se producen también consecuencias psicológicas, entre las que destacan su insensibilidad ante la violencia, la valoración positiva de la agresividad, la falta de solidaridad con los otros y, en algunos casos, el riesgo de repetir esas actitudes que han observado en su vida adulta.
En otra entrada hablaré sobre los principales indicadores que nos pueden desvelar un caso de acoso, así como las medidas que podemos tomar tanto desde el centro educativo como desde las familias.