Sin duda alguna, las mejores prácticas inclusivas son las que se realizan desde el afecto, desde una educación basada en los lazos y vínculos emocionales. Está claro que lo que no conocemos, las diferencias, pueden provocar rechazo o desinterés. Vernos a nosotros mismos en los demás es un trabajo arduo que requiere, sobre todo, información y una mirada amplia sobre los contrastes culturales, sociales, raciales. Este es uno de los grandes retos de la llamada «educación inclusiva». Ya lo advirtió la UNESCO- 2005 en su informe : «El propósito de la educación inclusiva es permitir que los maestros y estudiantes se sientan cómodos ante la diversidad y la perciban no como un problema, sino como un desafío y una oportunidad para enriquecer las formas de enseñar y aprender».
Quizás por ello, cuando hablo por primera vez con la familia de algún alumno/a extranjero, lo primero que pregunto es si entienden el español. La primera gran barrera es nuestro lenguaje. No puedo dar por supuesto que conozcan nuestro idioma. Si a veces, entre los que hablamos la misma lengua, no llegamos a acuerdos, imaginaros con personas que no hablan español. Una vez aclarado este punto, tengo que asegurarme de que mi mensaje sea claro y que lo hayan comprendido. Además de esto, mi intención es una actitud de acogida, de acercamiento, para que comprendan que nuestra meta conjunta es el bienestar emocional del niño o niña, y que, logrando esto, con seguridad su camino hacia el aprendizaje de contenidos y conceptos será más fácil.
Supongo que puedo pensar qué es una buena práctica, pero sobre todo es tener sentido común, que solemos perderlo. Pero, en realidad, ¿qué son las buenas prácticas inclusivas? Entonces, si hay buenas prácticas, ¿existen malas prácticas inclusivas? Cada centro, de acuerdo a sus condiciones (formación del profesorado, recursos humanos y materiales, entorno socio-cultural, etc.), deberá proponer en forma conjunta con todos los agentes educativos estas acciones que sean significativas para el alumnado, tanto el inmigrante como el local. En consecuencia, no existirían prácticas universales, y así está reflejado en esta propuesta de Orientaciones para la práctica de la Educación Intercultural“Los centros escolares son ecosistemas sociales complejos, donde las acciones están llenas de significado para las personas que se desenvuelven en ellos. Lugares donde los escolares descubren al otro (García Castaño, 1999), se negocian y construyen las identidades, se accede al conocimiento, se intercambian percepciones de la realidad, se experimentan emociones, se aceptan o rechazan modelos y valores. Sus estructuras organizativas, el sistema de relaciones, los actos de enseñanza y de aprendizaje, abren o cierran oportunidades a cada escolar, en función de que las condiciones que ofrece den cauce a sus expectativas o, por el contrario, las obstaculice. En suma, escenarios donde discurren biografías personales y proyectos colectivos que determinan finalmente la inclusión o la exclusión de cada niño
Considero que estas prácticas deben ser las propias a cada centro educativo, y que dichas prácticas no deberán ser solo las de un o unos docentes interesados, sino que toda la escuela debe estar inmersa en dicho cambio, en una propuesta de verdadera inclusión. A partir del diagnóstico que realiza cada centro para revisar su proyecto, se repensará la forma de abordar la inclusión, ya que un centro escolar que avanza hacia dicha inclusión debe promover continuamente dichas prácticas, con constantes evaluaciones y revisiones. Ocurre que solemos plasmar grandes cometidos, en proyectos, planes de acogida, que luego son demasiado ambiciosos y distan de la realidad de la escuela. Tengo muy claro que aquí el valor estrella será el «compromiso». Las prácticas inclusivas, entendidas como procesos de mejora, de cambio, serán planteadas a través de una reflexión conjunta, que requiere la máxima implicación del profesorado y miembros de la comunidad, incluyendo, por supuesto, las necesidades del propio alumnado.
Si dirigimos nuestra mirada al trabajo más concreto, que es el aula, propondremos estrategias tales como: trabajo cooperativo que ,entre otros aspectos, permite aprender de las diferencias de los demás; asamblea de aula, ya que es una oportunidad propicia para la escucha, el diálogo, la reflexión, desarrollo del pensamiento crítico, el respeto por las opiniones ajenas, etc., y que lamentablemente se realiza como rutina en Educación Infantil y se pierde en los cursos siguientes; trabajo por proyectos (de aula, interniveles, con las familias, con la comunidad) que facilitan el aprendizaje ya que surge de los propios intereses y necesidades del alumnado; coordinación entre docentes y docentes especialistas (de apoyo, de AyL, de PT, etc.) ya que de esta manera optimizamos los recursos y los esfuerzos personales. Una vez más, insisto en que el planteo debe ser ajustado a la realidad. Más vale pocas prácticas pero buenas, que muchos objetivos y contenidos que luego no se llevan al aula.
Para finalizar, te propongo la lectura de este documento publicado por Save the Children, llamado guía de Buenas Prácticas en Educación Inclusiva, publicado por los compañeros de Orientación Andujar, quienes llevan a cabo una ingente labor en pos de la educación. En dicho documento podremos encontrar un marco teórico sobre las buenas prácticas y también acceder a una recopilación de llevadas a cabo en diferentes centros educativos de España. Con estas lecturas, podemos ampliar nuestra visión, obtener ideas para el próximo curso, y llegar con energías renovadas para trabajar, codo a codo, con nuestra comunidad educativa, apostando por la verdadera Inclusión Educativa.