Tres síntomas mortales que nos mortifican cuando los vemos en nuestros alumnos. A veces pensamos que los profesores somos la causa total de sus desdichas, asumiendo que todo lo que les sucede para suscitar esa desidia, sin analizar cuáles puedan ser sus múltiples causas, se debe directa o indirectamente a nuestra labor. Como si fuésemos los principales accionistas del ruinoso negocio especializado en fabricar aburrimiento a gran escala para alumnos. Nos olvidamos de que los adolescentes que acuden diariamente al aula tienen crisis y vivencias negativas que proceden de lo que les sucede en su propio entorno y, especialmente, como correlato de la inexorable fase vital de cambio y crecimiento propios de su etapa evolutiva. Ser adolescente es casi sinónimo de tener un “conflicto con”, ya sea el mundo, la vida, la familia, los profesores, los compañeros y hasta ellos mismos. Entonces, ¿por qué tenemos que sentirnos responsables absolutos de sus momentos bajos? Es cierto que los sufrimos en primera fila y que afectan poderosamente al avance de nuestra función pedagógica, que contaminan nuestro entusiasmo y que con frecuencia nos abaten y desesperan (¿cómo se resucita el ánimo moribundo de un alumno al que todo le da igual, que se aburre y que se desliza hacia la apatía o incluso hacia una especie de depresión?). De acuerdo, los tenemos delante, chocan contra nuestra actividad escolar, ralentizan nuestro ritmo educativo y, cómo no, también nos toca tratar de hacer algo para solucionarlo. Pero no sólo a nosotros.Los indicios de ese decaimiento son diversos. Se aprecian en una serie de comportamientos bastante evidentes a simple vista, cuyo denominador común es la escasa motivación y la poca energía que expresan en todo lo que hacen. No se concentran, se vuelven olvidadizos, se aíslan, muestran a veces señales de tristeza y abatimiento, repiten rituales físicos que expresan indiferencia o un despiste continuo, en sus rostros suele haber tensión o dejadez dependiendo de su estado emocional que, en ellos, camina fuera de lo que está sucediendo en el aula. Se perciben al margen, alienados, y pueden irritarse si se sienten presionados para ser integrados en cualquier tarea. Algunos van incluso más allá y lo que les pasa es que están en un estado casi permanente de tristeza y desesperanza, o bien repiten comportamientos compulsivos cuya extrañeza nos sorprende. Esta retahíla de señales que indican que están “en otra parte” a veces deriva hacia la afiliación con compañeros que destacan por su comportamiento negativo. En definitiva, un panorama repleto de incógnitas cuyas soluciones nunca están claras.
En estos casos los profesores hablamos entre nosotros y proponemos hipótesis. Comentamos su historial, el tutor y el orientador nos dan sus puntos de vista y acordamos algunas estrategias en las que todos tratamos de colaborar. También se habla con la familia para ampliar el horizonte de datos relevantes y solicitar su imprescindible cooperación. Se trata de recuperarlos, encontrar puertas por las que conectar con su desilusión, sus dificultades o debilidades para tratar de darles la vuelta y lograr que retomen el norte. A veces lo que algunos de estos alumnos “aburridos” sienten es auto-desprecio, un escalón muy cercano a la depresión más patológica. El arco va, pues, desde el mero desinterés a la depresión, y sólo sabremos en qué punto se encuentran esos alumnos si acertamos a entrar en una buena y directa comunicación con ellos. Es decir, ganar su confianza mediante una hábil comunicación. Este aspecto básico de iniciar la recuperación compete a todos los que se ocupan del adolescente desganado o abatido, ya sean familiares o profesionales, porque lo único que está claro es que esos alumnos no saben salir por sí solos de la encrucijada de dejadez y desorientación en la que se hallan inmersos.
No se puede simplificar el proceso que lleva a los alumnos adolescentes a ese estado de indiferencia en el aula. Nuestra relación de profesores con ese tipo de alumnos va a tener que incluir, en la medida de lo posible, un acercamiento más personal, como complemento de lo que hagan el resto de los adultos que los vayan a tratar. El empleo de métodos atractivos de enseñanza es una faceta importante para mantener la atención y el interés por el aprendizaje, es el arma racional que siempre nos garantiza esa línea-base de atención e implicación del conjunto de alumnos en el aula, pero en aquellos casos particulares en los que no sea suficiente hay que emplear una atención de corte más cercana para conseguir una comprensión más profunda de esos alumnos y tratar de mejorar su salud abatida.
La indiferencia acusada hacia el aprendizaje suele ser un instrumento que sirve para llamar la atención hacia algo que le está afectando al adolescente. ¿Qué es lo que se suele descubrir detrás? Con mucha frecuencia desajustes de tipo psicológico motivados por esas vivencias adversas, sean del color que sean, que lo condicionan y que no sabe gestionar, vivencias que no sabe expresar y a las que sólo se puede llegar cuando alguien se convierte en interlocutor válido. Después, con dedicación y oficio, toca buscar su recuperación, el modo de solventar ese magma hirviente íntimo que está desasosegándolo, porque para el alumno sólo habrá alguna esperanza de que se pueda reequilibrar cuando, en un primer momento, se sienta comprendido. De lo contrario la mera obligación, la apelación imperiosa al sentido de la responsabilidad y al compromiso con el estudio, o incluso la llamada a la obediencia, no servirán de nada. Él o ella y sus problemas sin resolver son lo único que les importa.
No obstante no nos hagamos demasiadas ilusiones. Nuestra experiencia nos dice que algunos casos son de muy difícil arreglo, otros ofrecen más visos de solución, pero siempre merece la pena atenderlos aunque no concluyan radicalmente con el éxito que sería deseable. Nuestro esfuerzo por conseguirlo debe ser constante, sin desmayo. Nuestro compromiso con una educación integral interesada por toda la persona debe prevalecer, pero reconozcamos con humildad que, ante la complejidad del asunto, sólo disponemos de algunos medios de poder repararlo.
La educación de nuestros niños exige humanizar los procesos de aprendizaje, entendiendo que esta debe estar encaminada para la vida. Escuela y padres deben hacer un solo frente para lograrlo. Gracias por el acertado artículo.