No hay ninguna duda en afirmar que el universo emocional está en expansión. Sólo hace 200 años que se habla de las emociones así como las entendemos hoy. Antes se utilizó el término pasiones, que era un paso a las emociones, con una connotación negativa. Y, es en los últimos 15 años cuando se han incorporado al lenguaje emocional una serie de palabras como fluir, florecer o saborear incorporadas en la investigación científica en el marco de la psicología positiva. Estos ejemplos constituyen una muestra de la tremenda evolución que surge del estudio y de las investigaciones sobre las emociones.
Hace poco más de un mes asistí a una interesante exposición de Rafael Bisquerra, catedrático especializado en Orientación Psicopedagógica y autor de numerosa bibliografía emocional, en la que nos planteaba un universo emocional con más de 300 emociones pero un estudio sobre el vocabulario emocional identificó más de 500. Qué importante es dominar un lenguaje emocional pues el límite del lenguaje es el límite de tus conocimientos.
Sólo si una persona es capaz de poseer e interiorizar un buen lenguaje emocional, podrá ser capaz de conocerse mejor a sí mismo y por ende a los demás, primer paso para sentir la seguridad necesaria para alcanzar las metas que uno se proponga y establecer unas interacciones positivas con su entorno. Bisquerra precisó que “Las emociones, dijo, son una respuesta compleja del organismo que se activan a partir de la valoración que hacemos de lo que llega a nuestros sentidos o a nuestros pensamientos. Las experimentamos con una triple componente neurofisiológica, es decir respondemos con todo el cuerpo. Y cuando tomamos consciencia de nuestras emociones, las podemos etiquetar, asignándoles un nombre en función del vocabulario emocional, lo que ayuda a conocer qué nos pasa por dentro”.
Saber en qué estado emocional se encuentra uno en cada momento, es manejar el arte de la gestión emocional, es dominar la parte más importante de la comunicación humana. Quien posee la capacidad de ser consciente del estado anímico en el que se encuentra, si además es capaz de ser consciente, de comprender el estado anímico de los que le rodean, sabe lo que tiene que hacer, a dónde puede llegar y, sobre todo, sabe por qué está pasando lo que está pasando.
Por todo ello, es muy importante destinar tiempo en el aula para enseñar a cada niño a viajar a su interior, a conocer qué siente y por qué siente así. Pero ese viaje interior, también debe hacerlo cada docente pues no se puede transmitir aquello que no se ha sentido y experimentado.
Hay una serie de emociones que se agrupan en familias o constelaciones. El miedo, la ira y la tristeza, que nos “vienen ya de serie” conforman una constelación, la del lado oscuro. La energía oscura que se desprende entre el miedo, la ira y la tristeza, atrae todo lo que está a su alrededor. Ansiedad, estrés y depresión llegan a afectar al 45% de la población en algún momento de su vida. La ira es la principal causa de violencia y sólo se puede eliminar esta violencia si se aprende a controlar la ira. Un importante aprendizaje que se debe hacer también en las aulas.
Pero podemos y debemos aprender a viajar a otra constelación luminosa formada por la alegría, la felicidad y el amor. Necesitamos aprender a amar para ser felices y es el amor, una galaxia en expansión, que depende de la educación. Esta reflexión, que nos plantea Bisquerra, me parece un tesoro muy importante a tener en cuenta cuando se educa a un niño. La neurociencia nos ha mostrado que la felicidad activa circuitos neuronales que conducen a un entrenamiento para el bienestar. Por tanto, la felicidad se puede enseñar a través del amor.
El amor ocupa un lugar central en las vidas emocionales de las personas. Claude Steiner, en su libro “Educación Emocional” plantea que todos deseamos amar y ser amados. Además el amor tiene el poder de unir a las personas, de permitirles trabajar incansablemente codo a codo en las tareas, por muy duras y difíciles que éstas sean. Steiner afirma “si tu poder de amar no está suficientemente desarrollado, serás frío, carente de cordialidad o empatía con los demás, incapaz de proteger y de ser protegido y hasta incapaz de amarte a ti mismo”.
En este aprendizaje del amor, Steiner presenta este proceso que considero interesante como reflexión a la hora de abordar la educación emocional en el aula:
1.- Amor a uno mimo; individualidad bien cimentada. Cuando uno se ama a sí mismo alcanza una individualidad única que le permite centrarse en lo que desea y le hace capaz de decidir qué cosas contribuirán a no apartarse del camino elegido. Por tanto, primer aprendizaje para el aula, enseñar a cada alumno a quererse a sí mismo desde su individualidad única e irrepetible, enseñarle a descubrir sus tesoros y fuerzas internas.
2.- El amor a los demás lealtad a prueba de fuego. Al ser leal, soy consciente de estar implicado en la vida de los otros seres humanos. El amor hacia uno mismo y hacia los demás sólo se puede mantener si estoy en contacto con mis propios sentimientos y con los sentimientos de los demás. Segundo aprendizaje, enseñar a cada niño lo importante que es querer a los demás, lo importante que es empatizar con el otro.
3.- El amor a la verdad; veracidad consciente. El amor hacia uno mismo y hacia los demás tiene una dependencia íntima con el amor a la verdad. La sinceridad es espacialmente importante en la Era de la Información, en la cual se puede estar “bien informado” pero bajo la influencia de información engañosa o falsa. El amor a la verdad es el camino hacia una válida información. Tercer aprendizaje, mostrar a los alumnos la importancia de la sinceridad y la verdad.
Si trasladamos al aula este modelo de educación emocional, estaremos asentando los cimientos para una sólida formación personal que guiará la búsqueda de una felicidad personal, que indiscutiblemente irá ligada a un bienestar colectivo, en una sociedad más justa y más humana.