Somos seres emocionales desde el momento que nacemos, nos expresamos y relacionamos de diferente modo en función de nuestro estado emocional, no podemos evitarlo, forma parte de nuestro ser.
Dentro del mundo emocional cada uno de nosotros somos diferentes, pero en función del contexto en el que nos desarrollemos seremos más equilibrados o menos, un exceso de emociones, sobre todo en sentido negativo puede derivar en patología.
Ilustrador: Abraham Pérez Pérez
Fuente de la imagen: Banco de imágenes y sonidos. INTEF. MEC
¿Qué entendemos por emociones negativas?
Lo positivo de las emociones todos lo tenemos claro, la felicidad, el sentirse bien, la alegría … son signos evidentes de buen estado emocional, pero no están fácil identificar y gestionar nuestro lado negativo, así la tristeza, la ira o la ansiedad son emociones negativas que nos ayudan, a nuestro pesar, a responder ante situaciones desagradables y negativas.
En la naturaleza todo tiene una causa para cada efecto, y nosotros como parte de ella, estamos diseñados para reaccionar, por ejemplo, la perdida de un familiar nos genera un estado de tristeza, las lágrimas afloran en nuestros ojos, sentimos un vacío interior por el ser querido, la descarga de estas emociones nos facilita la transición a una nueva situación.
Lo mismo puede ocurrir con un cambio en nuestra rutina, la ansiedad nos prepara para el cambio, se activan mecanismos dormidos que nos mantienen atentos y en alerta ante posibles peligros que vienen aparejados a las nuevas situaciones.
Hasta aquí todo correcto pero ¿qué ocurre cuando se rompe el equilibrio? ¿Somos conscientes de las emociones de nuestros niños y niñas? ¿Favorecemos su equilibrio?
En la escuela vemos todas las emociones, en algunas ocasiones en pocos minutos pasamos de la risa más sincera al llanto más desconsolado, pasando del miedo a la ira con la misma facilidad. Comprender lo qué pasa nos puede ayudar a evitar la creación de situaciones emocionalmente conflictivas o inestables al tiempo que promovemos un desarrollo armónico.
Si os parece centrémonos en implicaciones que traen consigo las emociones negativas cuando su presencia es continua y persistente, bien sea en el aula o en la familia.
Todos podemos imaginar la deriva que situaciones cotidianas sufren cuando uno de nuestros alumnos o de nuestros hijos vive encerrado en el continuo desagrado, se crean contextos insostenibles que menoscaban las relaciones personales, al tiempo que van deteriorando el desarrollo personal de quien las sufre y no sabe canalizarlas, la conclusión en muchos casos cuando llegamos a lo patológico es la adopción de conductas de riesgo para su propia salud en una especie de huída hacia adelante en la búsqueda de esa felicidad que siempre parece esquiva.
La clave, sin duda, es la identificación como primer paso, que un niño esté triste en la escuela puede tener múltiples causas, cansancio, soledad, falta de integración en el grupo, …, con los más pequeños la comunicación con la familia nos ayuda a conocer la situación de manera sencilla, con los más mayores debemos ser más sutiles, con los años los sentimientos y las emociones se van enterrando en el propio yo y es más complejo que afloren, debemos optar pues por vías más indirectas, cambios de comportamiento, introversión excesiva, aislamiento, arranques de ira en situaciones cotidianas, …
Cuando algo falla debemos estar atentos e intervenir, puede ser simplemente una mala racha pero ¿qué causa el cambio? ¿Cuál es la energía que alimenta el cambio?
Con los más pequeños puede tratarse de un cambio, pasar de casa al colegio genera ansiedad y enfados; el cambio de etapa o ciclo es un momento de transición que si viene acompañado de un cambio de centro y compañeros puede también generar rechazo e incomodidad. En los más mayores, las amistades, los primeros amores, las dificultades con las tareas escolares pueden ser desencadenantes que provoquen situaciones de desajuste.
¿Qué remedio ponemos?
Como siempre la clave es la educación, en este caso la educación emocional, ese ámbito que no aparece en el currículo oficial pero que es la esencia de todo proceso educativo, tanto en el ámbito formal como en el informal.
Si un niño está triste, ansioso o iracundo debemos intervenir, un volcán a punto de explotar no se puede evitar pero si que podemos evacuar a la población, permitidme el símil, quiero decir, que podemos anticipar situaciones que sabemos que pueden derivar, por la propia personalidad del niño o niños con los que estamos, en la generación de emociones negativas. Quiero esto decir que las evitemos, no, rotundamente no, no se trata de aislar, la vida tiene días azules y soleados, y otros, grises y lluviosos, debemos convivir con ambos.
Ejemplos de lo que estamos hablando, comenzar el colegio es un momento ansioso, si anticipamos algunas de las cosas que vamos hacer allí, presentamos el espacio, …, la llegada o el regreso será más fácil.
Si perdemos a un amigo por malentendido, por ejemplo, podemos propiciar que los niños vuelvan a conversar sobre sus diferencias, ¿cómo os sentís? ¿qué podéis hacer para sentiros mejor?, podemos pedir disculpas, hacer un regalo que compense nuestra falta y que aplaque su enfado, volver a hablar sobre el tema que nos ha distanciado de manera más tranquila con otras personas que medien en el conflicto.
La perdida de un familiar, es un asunto más complejo, pero si sabemos que está enfermo, podemos ir preparando al niño o la niña para la cascada de emociones que puede llegar, tenemos cuentos o libros de lectura en función de la edad, compartir experiencias con otros niños que ya han pasado por ello, ¿cuál fue tu experiencia? ¿Cómo lo has afrontado? ¿Cómo te has sentido y cómo te sientes ahora?
En situaciones de ira, sin duda las más complejas, debemos aplicar técnicas como la del tiempo fuera, la persona implicada queda fuera de la actividad o juego que estamos desarrollando hasta que la ira desaparece, después es inevitable hablar sobre ello, analizar las causas de su reacción, comprender que ha sucedido y reconducir la situación por medio del diálogo.
El papel de los adultos es fundamental, no podemos afrontar estas situaciones desde el cansancio, la apatía o cargados nosotros mismos de las propias emociones negativas que deseamos reconducir, partimos de la base que somos conscientes de nuestras propias emociones para ayudar a los niños y niñas a aprender a gestionarlas.
Os dejo algunas referencias para profundizar en el tema, espero que os resulten interesantes:
Conferencia: Emociones negativas. Antonio Cano Lindel y Juan José Miguel Tobal. Univ. Complutense de Madrid.
La inteligencia emocional como una habilidad esencial en la escuela publicado por Pablo Fernández-Berrocal y Natalio Extremera Pacheco en la Revista Iberoamericana de Educación.
Afectos, emociones y relaciones en la escuela: análisis de cinco situaciones cotidianas en educación por Mª Luisa Pérez Cabaní, Mª Reyes Carretero y Josep Juandó. Publicado por Graò en 2001.
La acción tutorial: el alumnado toma la palabra de Ricardo Argüis publicado por Graò en 2001.
Estrés en la infancia: su prevención y tratamiento por Mª Victoria Trianes publicado por Narcea en 2002.