Estas son las palabras de una madre que comprendió como debía interaccionar con su hijo para ayudarle a crecer sano:
“Cuando mi hijo lloraba o se llevaba un disgusto, yo intentaba tranquilizarlo para ayudarlo a resolver el problema. Eso no servía de nada y a menudo exacerbaba el llanto, así que lo dejaba solo y esperaba que se calmara.
Hace poco descubrí que primero debía intentar conectar el cerebro derecho con el cerebro derecho, lo cual era una idea totalmente nueva para mí. Ahora abrazo a mi hijo, lo escucho e intento ayudarlo a contar lo que le pasó, usando los cerebros derecho e izquierdo a la vez. Después hablamos de la conducta o solucionamos el problema. Ahora intento recordar que primero debo conectar y luego solucionar.
Requirió cierta práctica, pero cuando me relacionaba con mi hijo primero en el plano emocional, usando mi cerebro derecho, junto con el izquierdo, en lugar de usar sólo el lado izquierdo, todo iba como la seda, y nuestra relación general también mejoró”.
Éste es uno de los muchos ejemplos que aparecen en el libro “El cerebro del niño. 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en desarrollo de tu hijo” de Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson. En él plantea la diferencia entre sobrevivir a los hijos o progresar junto a ellos. Para llegar a este segundo enfoque deben cuestionarse: ¿Qué deseas de verdad para tus hijos? ¿Qué cualidades esperas que desarrollen e incorporen a su vida adulta? Lo más probable es desear que los hijos tengan relaciones satisfactorias y una vida llena de sentido y metas. Para ello hay que dedicar suficiente tiempo a crear experiencias que ayuden a progresar, tanto ahora como en el futuro.
Este libro nos plantea una forma novedosa de abordar este objetivo, la perspectiva del cerebro pleno, además de ofrecer estrategias para ayudar a los hijos a ser más felices, a estar sanos y a ser ellos mismos de una manera más plena. “Si entiendes cómo funciona el cerebro, puedes elegir de forma más consciente lo que enseñas a tus hijos, cómo les respondes y por qué”.
El Capítulo 1 da a conocer el concepto de paternidad basado en la estructura del cerebro y presenta la idea del enfoque del cerebro pleno: la integración.
El Capítulo 2 se centra en ayudar al hemisferio izquierdo y al hemisferio derecho a trabajar conjuntamente para que el niño pueda estar conectado con su faceta lógica y su faceta emocional.
El Capítulo 3 desataca la importancia de conectar el “cerebro inferior”, instintivo, con el “cerebro superior”, más reflexivo, responsable de las decisiones, la percepción personal, la empatía y la moralidad.
El Capítulo 4 explica cómo puedes ayudar a un hijo a abordar los momentos dolorosos del pasado de una manera consciente y delicada, por supuesto, desde la comprensión.
El Capítulo 5 ayuda a reflexionar sobre los estados de ánimo para poder ser capaces de tomar decisiones que permitan a los hijos controlar cómo se sienten y cómo responde a su mundo.
El Capítulo 6 pone de relieve cómo enseñar la felicidad y la satisfacción derivada de conectar con los demás.
La integración constituye la clave para que las distintas partes del cerebro puedan trabajar juntas como un todo. De la misma manera que un cuerpo sano necesita que todos sus órganos estén integrados, nuestro cerebro no puede rendir al máximo a menos que sus distintas partes trabajen conjuntamente de una manera coordinada y equilibrada. Esto es lo que hace la integración: coordina y equilibra las distintas regiones del cerebro que mantiene unidas. Cuando un niño no está integrado, le superaran las emociones, está confuso y actúa de manera caótica.
La experiencia es la encargada de moldear el cerebro, e incluso en la vejez, las experiencias cambian la propia estructura física del cerebro. Esto implica que nadie es esclavo a lo largo de toda su vida de la forma en la que el cerebro actúa, sino que es posible reconfigurarlos para ser más sanos y felices. Distintos hallazgos en psicología, han mostrado cómo todo lo que nos sucede (una música que oímos, las personas con las que nos relacionamos, las emociones que experimentamos). Por tanto, primer consejo importante para padres y educadores: proporcionar experiencias a los niños para ayudar a desarrollar un cerebro resistente y bien integrado. En este libro plantea como “los padres que hablan con sus hijos sobre sus experiencias tienden a tener u mayor acceso a los recuerdos de esas experiencias. Los padres que hablan con sus hijos sobre los sus sentimientos tienen hijos que desarrollan la inteligencia emocional y pueden entender mejor los sentimientos propios y ajenos. Los niños tímidos cuyos padres cultivan el sentido de valentía ofreciéndoles la posibilidad de explorar el mundo con su apoyo tienden a perder la inhibición conductual, mientras que los niños sobreprotegidos o lanzados insensiblemente a vivir experiencias angustiosas sin recibir apoyo alguno tienden a no superar la timidez. Por tanto, hay que facilitar experiencias para crear conexiones entre las distintas partes del cerebro”.
Otro consejo importante: integrar el cerebro izquierdo y el derecho. Cuando los dos lados del cerebro no están integrados, aparecen problemas importantes porque se accede a las experiencias más desde un lado que desde el otro. Si es el cerebro derecho quien asume el control, la sensación a vivir es un “aluvión emocional” nos puede conducir a conductas inadecuadas. Pero si sólo se usa el cerebro izquierdo, separando la lógica y el lenguaje de los sentimientos y las experiencias emocional, se produciría un desierto emocional que podría desvincularnos de las personas. Por eso, cuando un niño está alterado, no se debe recurrir a la lógica y al razonamiento hasta que se haya respondido a las necesidades emocionales del cerebro derecho. A esta conexión emocional, se le conoce como “sintonización” que es la forma de conectar profundamente con otra persona y permitir que “se siente sentida”.
En base a esta necesidad de sintonización, una técnica importante es la de concertar primero con el lado derecho para luego redirigir con el lado izquierdo. Cuando un niño tiene un berrinche no se debe acudir a la lógica, hay que conectar con sus sentimientos a través de los sentimientos del adulto al igual que hacerle ver que sus sentimientos, que para el niño son reales y muy importantes, también lo son para el otro. Una vez que se ha establecido este proceso de “conexión”, se puede redirigir a través de la lógica. Este enfoque facilitará que el niño pueda disponer de un salvavidas que le ayuda salir a flote ante cada situación de desequilibrio, frustración, miedo, etc.
También es importante contar historias para aplacar las grandes emociones. Cuando un niño viene una experiencia que pueda producir desequilibrio, debemos enseñarle y ayudarle a verbalizar, a contar lo ocurrido, cómo ha sucedido y cómo se ha sentido. Sólo así podrá poner nombre a sus miedos y reconciliarse con ellos.
Estas estrategias planteadas para lo padre son totalmente extrapolables a la práctica docente. Sólo podemos ayudar a nuestro alumnado a crecer sanos cuando somos capaces de “conectar” con ellos y si conocemos cómo funciona su cerebro, nos será más sencillo establece dicha conexión. Por tanto proporcionemos a nuestro alumnado experiencias que les ayuden a desarrollar un cerebro resistente y bien integrado; acostumbrémonos a conectar con el lado derecho de nuestros alumnos para redirigir con el lado izquierdo y por último, hagamos que pongan nombre a sus emociones, relaten lo vivido para aplacar así las grandes emociones.
Me parece que “El cerebro del niño. 12 estrategias revolucionarias para cultivar la mente en desarrollo de tu hijo” de Daniel J. Siegel y Tina Payne Bryson es un libro muy recomendable por la solidez de los conceptos presentados, la sencillez en la exposición y la clarificación de conceptos presentados a través de ejemplos muy concretos que conducen al lector a una reflexión personal muy interesante.
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