Cada vez que nos relacionamos cara a cara con otra persona, nuestro cerebro social también se conecta con el suyo y es a partir de esta conexión donde se generan emociones positivas que nos hacen sentir bienestar o todo lo contrario, emociones que nos hacen pasarlo mal, e incluso sufrir. La inteligencia social pone de manifiesto que “todos estamos programados para conectar con el prójimo” porque tenemos un cerebro social. Este cerebro social es el conjunto de mecanismos neuronales que orquestan nuestras interacciones, la suma de los pensamientos y sentimientos que tenemos acerca de las personas con las que nos relacionamos. Es el único sistema biológico de nuestro cuerpo que nos conecta con los demás.
En esta sociedad del siglo XXI donde la tecnología nos permite conectar con un mayor número de personas, también, en muchas ocasiones, nos desconecta reduciendo las interacciones cara a cara (redes sociales). Quizás nuestros alumnos estén más expuestos en una sociedad que cuida poco la calidad de las relaciones humanas. Cada hora que una persona pasa en Internet, el contacto con amigos, colegas y familia disminuyó 24 minutos. Norman Nie, director del Stanford Institute for the Quantitative Study of Society afirma “Nadie puede recibir un abrazo o un beso a través de Internet”.
Paralelamente a este tipo de situaciones, surge la “Inteligencia Social” como una aptitud que no sólo implica el conocimiento del funcionamiento de las relaciones, sino además comportarse inteligentemente en ellas. Es la capacidad para relacionarse con los otros en tanto que otros, en forma armoniosa y pacífica. Es una habilidad innata de todos los seres humanos pero que es necesario desarrollar para lograr una mejor convivencia y una buena calidad de vida. Esta inteligencia nos permite ir de lo unipersonal hasta lo bipersonal, de las habilidades intrapersonales hasta las que surgen cuando uno se halla comprometido en una relación. Y cuando hablamos de compromiso estamos hablando de capacidades como empatía e interés por los demás. Por ejemplo existe una diferencia muy significativa entre “manipular a los demás” y “comprender a los demás” (una persona puede ser muy hábil para conocer a otra persona pero su único fin es obtener un beneficio personal a su costa –manipulación- y en el lado opuesto, estaría quien se relaciona para obtener un beneficio mutuo que enriquece y permite crecer a ambos como personas –compromiso-. Eduquemos alumnos comprometidos pero no manipuladores.
Enseñar a nuestros alumnos a ser socialmente inteligentes debe constituir una de las prioridades del sistema educativo porque cuando les entrenamos para actuar sabiamente en las relaciones humanas, estamos creando el germen de una sociedad donde el respeto, la ayuda, la comprensión,… permitirán superar las explosiones de ira, indignación o desprecio.
Las interacciones que mantiene el ser humano desempeñan un papel muy importante en la remodelación de su cerebro y la neurociencia ha demostrado cómo las experiencias sociales esculpen éste (su forma, su tamaño y el número de neuronas y de conexiones sinápticas). La neurociencia social, cuyo origen está en los años 90 con los piscólogos John Cacioppo y Gary Berntson, nos va a permitir conocer cómo el cerebro moviliza nuestra conducta social e influye además en nuestra biología. A modo de ejemplo, se ha descubierto que en el cerebro humano hay una gran abundancia de una clase de neuronas, las llamadas células fusiformes que trabajan cuando debemos tomar decisiones repentinas o también que las “neuronas espejo” que registran el movimiento de otra persona está a punto de hacer y sus sentimientos por los que en consecuencia, podemos sentir lo mismo que está sintiendo otra persona. Ahora que la neurociencia nos permite conocer mejor el cerebro social, sabemos que las implicaciones de los vínculos que mantenemos con nuestras relaciones, nuestra función cerebral y nuestra misma salud y bienestar son sorprendentes. Aprovechemos los avances de la ciencia para mejorar el mundo en el que vivimos y no para destruirlo.
Otra reflexión que me parece importante es la respuesta al siguiente interrogante: ¿Es más feliz quién más posee o quien mantiene unas relaciones sociales de calidad? El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nóbel de Economía, utiliza la imagen de “la rueda del molino hedónica” para explicar la correlación entre las satisfacción con la vida y las circunstancias vitales (como la riqueza). Según Kahneman, las personas más ricas no son las más felices porque cuánto más dinero tenemos, más elevadas son nuestras expectativas, lo que nos lleva a aspirar a placeres cada vez más caros y a generar insatisfacción si no los conseguimos. La investigación de este autor reconoce como vía de escape de la rueda de molino hedónica, la capacidad de establecer relaciones más gratificantes.
Entre todos debemos construir centros educativos donde cuidemos muchísimo la calidad de las interacciones y practiquemos esa inteligencia social que nos ayudará a ser felices y a contribuir a una auténtica sociedad del bienestar. Podemos lograr plenitud y felicidad a través de los sentimientos que provocan unas relaciones positivas. Las relaciones afectuosas constituyen el rasgo distintivo de “la existencia humana óptima”. Sería muy importante que en nuestra sociedad, concedamos a la felicidad personal y a la satisfacción con la vida la misma importancia que al desarrollo económico.
Convirtamos nuestras espacios educativos en lugares donde prime la inteligencia social para que nuestros alumnos aprendan a participar activamente en todos los sectores de la sociedad; interesarse no sólo por el propio bienestar personal sino de las personas con las que se rodean; sentirse bien en el lugar donde uno está; a trabajar en equipo; colaborar para mejorar el mundo; ser solidario; ver a los otros desde el “nosotros” y no desde la perspectiva del “yo” o el “ello”; destacarse en lo que se sabe hacer para contribuir al proyecto común valorando la participación de los demás. La responsabilidad social comienza cada vez que nuestras acciones contribuyen a crear estados óptimos en los demás, tanto de las personas con las que existe un vínculo afectivo más especial como de aquellos con los que nos cruzamos.
Considero que un gran reto del s. XXI es aprender a pasar del “yo” y “ello” al “nosotros”. La nueva ciencia de la inteligencia social nos proporciona herramientas con las que ir expandiendo gradualmente los límites de la frontera del nosotros. No necesitamos aceptar las divisiones que alimentan el odio, sino establecer puentes con los demás y ampliar nuestra empatía hasta llegar a incluirlos a pesar de las diferencias que nos separan de ellos” (”Inteligencia social. La nueva ciencia de las relaciones humanas” de Daniel Goleman). Este autor propone que la inteligencia social ocupe el lugar que le corresponde junto a su gemela, la inteligencia emocional. En este libro plantea “de manera tentativa” un modelo en el que las habilidades de la inteligencia social se adaptan al modelo de inteligencia emocional:
INTELIGENCIA EMOCIONAL INTELIGENCIA SOCIAL
Conciencia de uno mismo Conciencia social
Empatía primordial
Exactitud empática
Escucha
Cognición social
Autogestión Capacidades sociales (gestión de las relaciones)
Sincronía
Presentación de uno mismo
Influencia
Preocupación
Todas estas aptitudes constituyen el garante de unas relaciones sociales afectuosas, positivas y por supuesto, de alta calidad.
Os recomiendo la lectura de”Inteligencia social. La nueva ciencia de las relaciones humanas” (Daniel Goleman). En él, su autor profundiza en nuevas teorías acerca de cómo somos y por qué somos usando como base los últimos descubrimientos en el campo de la neurociencia. Goleman comparte sus investigaciones con una gran convicción: los humanos tenemos una predisposición especial para la empatía, la cooperación y el altruismo. Lo único que necesitamos es desarrollar la inteligencia social. Un libro que nos permite reflexionar para posteriormente incluirlo en nuestra praxis educativa.