Desde que tengo uso de razón, es decir, hace muchos, muchos, muchos años… en mi casa mis padres me (nos) procuraron centenares de libros de todo tipo y condición. Recuerdo muchos cuentos, novelas, leyendas, tebeos, ciertos manuales (Hazlo tú mismo), recortables, pero siempre con especial cariño una fantástica colección de fábulas ilustradas basadas en los derechos del niño (Dirección editorial: Miguel Azaola, Coordinación: María Puncel, Libros reconocidos de interés especial por UNICEF, “Año internacional del niño”, Ediciones Altea, Madrid, 1978). Enamorada de las historias, me llevaba los libros al cole para compartir con mis amigos, hasta que una profesora le pidió a mi madre una especie de “préstamo temporal” con la idea de motivar al alumnado en el aula. Aquello de temporal pasó a “indefinido”, hasta que mis padres decidieron cerrar el grifo de la biblioteca familiar. Y allí siguen los libros, en un estante privilegiado de casa, manoseados y amados.
Habitualmente, reflexiono en el aula con mis alumnos para que tomen conciencia de sus derechos (también de sus deberes) y de las circunstancias que les/nos rodean (físicas, psíquicas, sociales, culturales, geográficas, económicas…). Parece algo evidente e innecesario, algo que se da por sobrentendido, una cuestión obvia que no vale la pena recordar. Sin embargo, ya desde el siglo XIX, en la sociología del arte imperaba el determinismo geográfico liderado por el filósofo e historiador Hippolyte Taine. Decía: “El arte (la persona) es como un naranjo, que precisa un suelo y un clima adecuado para florecer y dar fruto”. ¡Cuánto y cómo hay que luchar para que ese abono fértil y enriquecedor pueda llegar a todos!
A propósito de sustratos, cimientos, riqueza y contenidos. Un recurso didáctico. Os propongo comentar con vuestro alumnado la Declaración de los Derechos del Niño de Ginebra (Liga de las Naciones, 16 de septiembre de 1924) o la Declaración de los Derechos del Niño (ONU, 20 de noviembre de 1959), con el enfoque que queráis (sesión de tutoría, evaluación, motivación…) y descubriréis lo sorprendente y efectivo de la proposición. Aquí tenéis una perspectiva irónica, ciertamente satírica y mordaz, una visión idónea para el debate con alumnos de secundaria. Se trata de un cartel de UNICEF para ilustrar los diez principios de la Declaración de los Derechos del Niño (1976), protagonizado por Mafalda y realizado por el humorista argentino Quino (Joaquín Salvador Lavado Tejón). Y es que hay derechos que son tan esenciales y primordiales que a menudo nos olvidamos del preámbulo de la declaración: “Considerando que la humanidad debe al niño lo mejor que pueda darle…” Unos instantes de reflexión (y sonrisas) de la mano de la niña Mafalda y sus amigos en tiempos de turbulencias de derechos, valores y prioridades.
Mimemos estos diez principios y sintámonos como valedores cotidianos de los mismos. ¡Qué gran responsabilidad, pero qué gran privilegio! Eduquemos a los niños con plena conciencia de que deben consagrar sus energías y aptitudes al servicio de sus semejantes. Así, podremos saber, a priori, hacia dónde irá el mundo y evitaremos que alguien grite: “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”