Lo confieso, necesito creer más que nunca en los Reyes Magos ahora que acaban de llegar. Lo mismo que el personaje de Críspulo en la película de La gran familia, ese clásico de nuestra memoria cinematográfica de la vida española en los años sesenta, siempre cambio a última hora mi carta en la que había pedido un montón de cositas prescindibles. Lo hago porque el curso está a punto de continuar y creo que nos hace más falta el entusiasmo y las ganas de seguir dando la batalla de la ilusión por las cosas bien hechas, por complicadas que nos parezcan. Qué curioso, hace unos días nos juntamos antiguos compañeros de colegio de cuando la televisión era sólo en blanco y negro, todos ellos metidos en esto de la educación, y coincidíamos en el mismo propósito de no tirar la toalla y tratar de inocular el hambre por el saber, el saber pensar y el saber vivir. Lo que ocurre es que, como solía pasar cuando la economía doméstica no iba muy bien, a veces los regalos que pedimos en la carta no llegan completos del todo al salón de la casa en la mañana de Reyes…(“Queridos Reyes Magos, sólo os pedimos que sepamos transmitir esas tres cosas…”).
Los Reyes Magos siempre han estado asociados a la ilusión y a la apetencia de lo maravilloso justo antes de regresar a las aulas tras las vacaciones de Navidad. Los alumnos de primaria lo disfrutan como nadie y cada vez más se tiende a pensar que esta fiesta de última hora sirve únicamente como mero cierre infantil del ciclo navideño, difuminando así el aliento de energía y generosidad que la sustenta y que abarca a todas las edades. Ahora bien, por muy paradójico que parezca los Reyes Magos de ahora tienen que reciclar lo que cargan en sus camellos, deben ponerse al día y echarle mucha imaginación, porque sus principales destinatarios van a ser los que no son tan niños, y en especial los que estamos al cargo de ésos que ya están dejando de ser unos críos. Es decir, nosotros los profesores.
Lo primero que dice mi carta a los Reyes es que me traigan, en un paquete bien grande, un montón de ideas atractivas para atrapar a mis alumnos en las materias que me toca impartir, para que las encuentren valiosas e interesantes y no se queden sólo en un mero trámite de contenidos por los que hay que transitar a toda velocidad. Que esas ideas tengan una fuerza especial, que consigan generar significados capaces de anclarse en las mentes de unos adolescentes sometidos al bombardeo incesante de lo efímero e irrelevante.
En segundo lugar les he pedido que entre mis compañeros de educación y un servidor consigamos que los alumnos sean receptivos a un estilo de pensamiento abierto y crítico a la vez, para que no se contenten con lo trillado y con las papillas de todo a cien que se les ofrece en los medios de comunicación y colonización. Un pensamiento con claves seguras y ciertas para entender y desentrañar lo que les rodea, lo que sienten y lo que hacen. Es decir, nada de lugares comunes, alfalfa líquida ni rutinas fáciles en los paquetes que carguen los camellos de Oriente. Tienen que ser lo mejor de lo mejor, con sabores variados de curiosidad, agudeza, intuición, sagacidad, perspicacia y lucidez. Señores Reyes Magos, puede parecerles que es mucho esta segunda petición de los profesores, pero no podemos pasar lo que nos queda de curso sin este regalo. Es más que un mero juguete, se lo podemos asegurar. Por favor, tráiganoslo envuelto con los mejores colores para que los chavales se lancen a por esas claves con ganas y las mantengan por siempre y en todo lo que hagan.
Y por último el regalo más caro y especial, uno que sabemos que abunda poco en los almacenes de los regalos donde sus majestades hacen su acopio antes de esa noche mágica: una alforja bien repleta de actitudes y valores básicos que trasladar a estos adolescentes de secundaria que están a nuestro cargo, a fin de que superen con éxito los vaivenes y bandazos de su etapa evolutiva, tan propensa a desconcertarles en sus decisiones y en sus comportamientos. Les aclaro que no deben faltar en este lote brújulas de orientación vital, cantimploras de reserva emocional, chalecos antibalas frente a los letales disparos de los riesgos, botas contra la humedad del alcohol y demás efervescencias neuronales, bombona de oxígeno para respirar aire puro en medio de las profusas contaminaciones ambientales, cargador de baterías para seguir teniendo lucidez y energía frente a lo adverso, abrigos polares para aguantar los fríos del desprecio a la identidad singular e inteligente, cascos para amortiguar los golpes de los fracasos y gafas de sol polarizadas para no dejarse deslumbrar por los falsos profetas de la desesperanza, el ataque a la vida y las promesas del hedonismo egoísta y facilón.
No lo tienen fácil los Reyes Magos con mi carta, ya lo decía al principio, pero no es imposible. Lo tuvieron mucho más complicado hace más de dos mil años y salieron airosos, y además su larga experiencia les servirá para no fallarnos ahora. Lo necesitamos. ¡Felices Reyes!, y que empecemos con ganas el nuevo trimestre.