¿Qué hacemos y hacia dónde vamos? ¿Tenemos brújula? Con todas las alarmas encendidas en cualquier aspecto del ámbito educativo (contenidos, presupuestos, leyes, asignaturas, nivel, ratio, carga horario, pagas, PISA, futuro, igualdad de oportunidades, tasas…), bueno, ¿maldecimos la oscuridad o intentamos encender una luz, por pequeña que sea? Cuando la educación va bien, los Gobiernos aseguran que es gracias a ellos. Cuando los resultados son malos, se evita cualquier responsabilidad o se carga sobre los sectores más débiles: “es que los chicos de hoy en día, no son como antes”. Y sí, por supuesto, son diferentes.
No se puede vivir sin un concepto compartido del interés general. En un mundo mercantilizado, nuestros “clientes” son los alumnos y son ellos, deberían ser, el centro de todo el sistema educativo. Ellos son el interés general. Escribía Benjamin Franklin, “dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”. Creo que este es el lema mayoritario de los docentes actuales y, además, faro metodológico por el que nos guiamos. Además, tenemos paciencia e imaginación, y convivimos con ejemplos de buenas prácticas. A diario nos dedicamos a motivar e ilusionar, a contrarrestar esta marea negra de pesimismo y sacar lustre donde el negro mate lo difumina todo. Intentemos destacar el aspecto bueno, el real, el que existe e irradia energía positiva al resto y, siempre, con el adolescente como razón y objetivo.
No podemos ni debemos decir que una situación no tiene remedio. ¿O alguno de nosotros para arreglar un entuerto en el aula vocifera que “Pepito” no tiene solución? Seguramente no, porque sabemos que esa vía no lleva a buen puerto.
Hay que sembrar un terreno común, fértil de ideas y de esperanzas, de ilusiones y de debate. Sobre todo para crear una comunidad educativa con un futuro sostenible. Y es que, como escribía Antonio Machado, “en cuestiones de cultura y de saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da”. Sed todos bienvenidos a este rincón de optimismo.