29 July, 2014

En el post de esta semana me gustaría hablar de la nueva asignatura que la Conselleria de Enseñanza de Cataluña empezará a implantar a partir del próximo curso en tercero o cuarto de ESO. Se trata de servicio comunitario y se realizará en 300 centros hasta llegar, dentro de cinco años, a un total de 1.108 centros.

Esta materia formará parte de currículo y durará 20 horas, de las cuales 10 horas serán en horario lectivo y estarán destinadas a familiarizarse con un proyecto que se pondrá en práctica con las entidades participantes y sin profesorado en 10 horas más, fuera del horario escolar.

Se pretende con esta materia que el alumno adquiera una competencia social y ciudadana que le permita sensibilizarse y participar activamente en algún proyecto de su comunidad.

Esta experiencia se realiza actualmente en países como Estados Unidos, México y Argentina de forma parecida, y en otros como Países Bajos, Alemania y Suiza donde se imparte de forma optativa.

Algunos de los proyectos que se han llevado a cabo durante los dos años de prueba piloto consisten en ayudar a alumnos de primaria con los deberes, recopilar vivencias de gente mayor, proyectos medioambientales o de recuperación del patrimonio cultural, entre otros.

No hay duda que el objetivo de descubrir el altruismo, la empatía y el trabajo por la comunidad es admirable, pero hay que admitir que el hecho de “imponer” la actitud de un voluntario es contradictoria y plantea el interrogante de si será más contraproducente que un acierto.

La tarea del voluntario es una forma de ser y de hacer que como la palabra indica nace de la voluntad. Es el gesto de quién se ofrece libremente a colaborar sin ser obligado y sin esperar nada a cambio, ni siquiera un aprobado.

Valores como la solidaridad, el compromiso y la participación, se llevan impartiendo hace años en la escuela democrática desde materias específicas y de forma transversal desde todas las materias escolares y en todos los niveles educativos. También se realizan en muchos centros, proyectos voluntarios que promueven estos valores y a los que los agentes educativos dedican muchas horas fuera de su horario lectivo.  Quizás se deberían destinar más recursos a estas iniciativas, que a menudo carecen de apoyo y reconocimiento.

Según la Conselleria, un 98% de los centros que han participado en la experiencia han asegurado que la práctica del servicio comunitario ha mejorado la actitud y los valores de los alumnos. Si es así, hay que celebrarlo. Una educación integral de la persona debe incluir estos valores, pero ¿la manera es convirtiéndolos en una asignatura que hay que aprobar? ¿Tiene la escuela la exclusividad de la educación en valores?. Más allá de las estadísticas parece necesario predicar con el ejemplo y quizás deberíamos plantearnos si esta tarea la llevan a cabo las propias familias y los propios poderes que fijan los contenidos curriculares.

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