Es innegable que los estereotipos de «lo femenino» y «lo masculino» forman parte de la tradición educativa, tanto en el ámbito institucional como en el familiar. Esta tradición no solo ha establecido los disparatados cánones que definen qué roles o actitudes son más propias de un sexo que de otro, sino que además ha coartado la libertad de elegir, más allá del género.
Como señala Entreculturas en Coeducación, una educación en igualdad, «Se trata de registros mentales que asignan, por defecto, un modo de ser a los chicos y otro a las chicas. Por ejemplo, de una mujer casi siempre se espera que sea sensible, buena madre, trabajadora y ama de casa. Por su parte, el hombre ha de mostrar un carácter más duro, más reservado, menos cariñoso, es “quien lleva el dinero a casa”, el que lidera la familia, el que conduce el coche, el que lleva las cuentas…»
Es hora de evolucionar, y la coeducación es la respuesta más efectiva para acabar con estos estereotipos que nos han llevado a creer que el fútbol es cosa de hombres y el color rosa para las mujeres. Para mí, en la coeducación subyace la esencia para convertirnos en personas felices y en una sociedad emocionalmente sana: La libertad de elección y, sobre todo, el respeto a lo que nuestros semejantes eligen.
Pero, hablemos de la coeducación en términos de acción comunitaria: escuela, familia, empresas, sector público.
Hace unos días, el 11 de marzo, apareció en el Diario Vasco la noticia de que la Casa de Cultura Portalea está acogiendo un taller, organizado por la asociación Galtzagorri, en el cual utiliza la literatura infantil para abordar la igualdad de género. «Se trata de educar en el arte y la estética trabajando una mirada artística, así como llevar adelante una práctica pedagógica coeducadora, y dar la ocasión de superar los estereotipos de sexo y género existentes en el imaginario colectivo.»
Como veis, estas son las iniciativas que, poco a poco, van socavando las diferencias de género. Como docentes, también existe una gama de acciones diarias que podemos llevar a cabo para contribuir a que en el futuro este monstruo desaparezca. Les cuento una.
Hace algo más de un mes, en mi clase de cuatro años, organicé una nueva rutina: «El lunes preguntón», en la cual los niños y niñas proponen un «asunto para debatir». En la sesión de hace dos semanas, uno de ellos trajo la idea de que «los niños corren más fuerte que las niñas» y me planteó una disyuntiva. Por un lado, es ineludible admitir que, por cuestiones de naturaleza física, lo que dijo el niño es real. Las marcas mundiales de pruebas de velocidad son la evidencia. Pero, por otro lado, como docente no puedo permitir, así sin más, que en el inconsciente de los niños se arraigue la idea de que el hombre es más fuerte que la mujer. Así que les mostré fotos de «mujeres atletas que corren muy fuerte», y les expliqué que todo es una cuestión de entrenamiento, no de ser chica o chico.
En uno de mis artículos en este blog menciono un aspecto imprescindible en el fomento de la igualdad de género: El patio de la escuela. Este espacio es parte de la convivencia diaria de niños y niñas y su diseño debería estar pensado para no subrayar diferencias de género. No voy a mencionar nuevamente los estudios que hay al respecto. Sin embargo, aunque ya hay escuelas que están afrontando el tema mediante la redistribución del espacio de recreo con fines coeducativos. Aún queda mucho por hacer.
Acabar con el concepto, insostenible, de las diferencias de género, se requieren acciones coeducativas desde el aula de educación infantil hasta las cátedras universitarias, pero también en todos los ámbitos de nuestra vida como seres sociales. Todo contribuye, como es el caso de los semáforos igualitarios de Valencia, que ha causado controversias, pero que, más allá de si la medida es acertada o efectiva, no cabe duda de que en la misma controversia subyace la idea de que no hay diferencias.
Está claro que el sistema educativo es uno de los pilares fundamentales de la coeducación y, una vez más, podemos expandir el mensaje a las familias porque todos podemos ser coeducadores. Cualquier gesto o actitud, en cualquier entorno, el bar, el trabajo, la televisión, la cola del supermercado, tiene efectos coeducativos.
Para acabar, quisiera mencionar un artículo del escritor Néstor Belda en la Revista Cultural MoonMagazine. Es un artículo literario que habla de la intertextualidad de los textos narrativos, pero, ciertamente, contiene un párrafo con fines coeducativos:
«Me llamo Néstor Belda, pero eso es insignificante. […] Soy un ser humano irrepetible, como cada uno de los que leáis esto (en el reparto de sexos me tocó ser hombre, pero eso también es insignificante)».
Somos seres humanos únicos e irrepetibles, esa es nuestra esencia. Ser hombre o mujer es insignificante.