Cuando en los últimos años noventa se celebraron las famosas partidas entre el mítico ajedrecista Garri Kasparov y el superordenador de IBM Deep Blue, las crónicas enfocaban el evento como un duelo de “el hombre contra la máquina”. Cuando ganaba Kasparov una especie de orgullo humano se apoderaba de la afición, y cuando lo hacía Deep Blue, poca gente se paraba a pensar en que la programación de esta máquina de inmensa capacidad ajedrecística era obra de otras personas, y, sin embargo, lo era.
La posición que adoptamos frente a las máquinas inteligentes nos pueden situar en frente o junto a ellas. Deep Blue fue un aliado de Kasparov en su búsqueda de la partida perfecta, sin embargo, mucha gente lo vio como un enemigo.
En estos días nos llegan noticias que, de haber sido leídas en los años de aquellas partidas históricas, pensaríamos que estábamos leyendo ciencia ficción.
- Un profesor de estudios sobre discapacidad de Lyon sospechó que algo extraño sucedía cuando varios trabajos académicos de su alumnado tenían idéntica construcción y argumentos muy parecidos, aunque no podía afirmar que estuviese ante un plagio generalizado, pues cada trabajo tenía entidad por sí mismo. Tras consultar con parte de su alumnado consiguió saber que la mitad de la clase había utilizado ChatGPT para redactar el trabajo.
- Una aplicación de inteligencia artificial lanzado por OpenIA ha aprobado el USMLE, el examen para obtener la licencia de medicina en Estados Unidos. Es ChatGPT.
Kai-Fu Lee, una de las personas con más conocimiento sobre IA, en una reciente conferencia, afirmaba: “Los profesores y profesoras deberían ser líderes de la sociedad, quienes marcan la diferencia en la vida de los y las estudiantes. Espero que la inteligencia artificial libere al profesorado de las tareas más tediosas y les permita hacer lo que realmente deben hacer, aquello más apasionante, más emocionante y que va a tener un mayor impacto”.
Lo que no parece que genere ninguna duda es la necesidad de definir cómo vamos a utilizar esta nueva inteligencia.
ChatGPT es capaz de escribir libros, de dictar eslóganes publicitarios, de programar, de responder a cualquier pregunta y de interactuar con personas como si fuese una más. Para utilizar esta aplicación sólo es necesario tener conexión a internet y saber realizar preguntas adecuadamente.
La evolución e implantación de este tipo de inteligencia artificial está llegando al espacio académico envuelta en un halo de polémica. Como ya ha sucedido con el desembarco de otras herramientas; hay quien se preocupa, hay quien las desprecia y hay quien las considera una gran ayuda.
Por lo pronto ya tenemos las primeras noticias de prohibiciones, las escuelas públicas de Nueva York no permitirán utilizar esta inteligencia artificial a estudiantes ni a docentes.
Lo que no parece que genere ninguna duda es la necesidad de definir cómo vamos a utilizar esta nueva inteligencia, si vamos a ser capaces de convertirla en aliada y no en oponente o en sustituta de la inteligencia humana.
ChatGPT apareció en noviembre de 2021 como una herramienta más, aunque extraordinaria, con una serie de cualidades que otras no tenían, pero con similitudes en cuanto a la filosofía de uso: herramientas como la calculadora, el corrector ortográfico, las aplicaciones de aprendizaje de idiomas o de traducción, o cualquier buscador de Internet.
La cuestión, en este punto, es más bien cómo llegar a integrar esta herramienta para facilitar al profesorado la realización de una enseñanza más individualizada para cada alumno y alumna. Cómo integrarla sin que al hacerlo se pierdan competencias, sin que la inteligencia artificial sustituya, y, en consecuencia, deteriore a la inteligencia humana.
“Espero que la inteligencia artificial libere al profesorado de las tareas más tediosas y les permita hacer lo que realmente deben hacer”.
Hay que partir del reconocimiento del inmenso potencial que tiene esta aplicación y tendrán las que ya se están desarrollando con características similares. Una vez más nos encontramos ante la necesidad de replantear determinados modelos educativos, un reto de lo más apasionante.
Mientras tanto, se levantan algunas voces criticando las capacidades reales de la inteligencia artificial, buscando el lado malo, las posibles invenciones, los errores en los que puede caer, la posibilidad de que no acierte con sus diagnósticos o desarrolle una teoría en función de algo que no es cierto. Son las críticas al desarrollo para negar el recurso.
Sin embargo, parece más inteligente, – humanamente inteligente -, aprovecharse de lo bueno y tratar de conseguir el bagaje suficiente para beneficiarse de una herramienta de estas impresionantes capacidades.
Una segunda reflexión de Kai-Fu Lee puede darnos aún más pistas: “Si descomponemos el trabajo del profesorado en diferentes tareas, algunas puede hacerlas mejor la inteligencia artificial, en otras puede ayudar al profesor o la profesora. Pero, además, si se integra la IA en las aulas de hoy en día, el profesorado podría ahorrar hasta un 40 o un 50% de su tiempo. Un tiempo para invertir en las relaciones interpersonales, para incidir en los valores, en el trabajo en equipo, en la empatía, en la creatividad de cada alumno o alumna”.
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