En los vientos de cambio que se respiran en el mundo de la educación, la colaboración entre el alumnado y de éste con el profesorado está asentándose de manera firme, cambiando el paradigma de la estructura educativa tradicional.
Muchas corrientes educativas afianzan la idea de que los niños y las niñas pueden aprender perfectamente del resto de la clase, y, por lo tanto, enseñar, pueden colaborar para recorrer en unión el camino del aprendizaje.
Entre las muchas fórmulas de abordar el aprendizaje, la creación de estructuras colaborativas complementa otras ya consolidadas, como el aprendizaje individualizado o el trabajo en equipo.
Cada estudiante, con sus diferentes habilidades y capacidades, añade a la responsabilidad sobre su aprendizaje el compromiso de ayudar al resto de sus compañeros y compañeras.
Creando aulas colaborativas, además, el alumnado interioriza una manera de trabajar, estudiar y aprender que les produce un interés por conocer cosas nuevas más allá de las paredes del centro educativo.
PRIMERA CLAVE: Establecer objetivos concretos y marcar tiempos.
El trabajo colaborativo puede adaptarse a las necesidades docentes y se pueden crear grupos de colaboración de larga duración -que incluso pueden desarrollar sus proyectos durante todo un curso académico-, o grupos formales constituidos con espacios temporales determinados al iniciarse el trabajo, o incluso grupos informales para realizar una investigación o tomar una decisión puntual en unos minutos.
Muchas corrientes educativas afianzan la idea de que los niños y las niñas pueden aprender perfectamente del resto de la clase.
¿Y en qué se convierten las profesoras y los profesores al constituir un aula colaborativa?
La relación entre la persona adulta referente y el alumnado también cambia y se matiza (y mejora) sobre la visión tradicional de la docencia.
Se enfrentan al reto de difuminar la asimetría, con respecto al conocimiento, existente entre el mundo adulto y el infantil, entre el profesorado y el alumnado, entre el profesor o la profesora y la niña o el niño. Porque en el aula colaborativa, el conocimiento es construido, descubierto y confirmado por todas las personas participantes en ella.
SEGUNDA CLAVE: Ejercer como guía, ofrecer mentoría y dar espacio, paulatinamente, para asumir responsabilidades.
De este modo, el rol habitual de ser quienes transmiten los conocimientos pasa a ser el de quienes diseñan el camino para que se comparta el descubrimiento del conocimiento.
Se genera un espacio educativo en el que el intercambio sustituye a la transmisión unidireccional de conocimiento. Y la docencia muta a ser un trabajo intelectual de trasformación y guía, y no exclusivamente de ejecución curricular y evaluación del almacenaje de conocimientos.
TERCERA CLAVE: Organizar por grupos de trabajo e incentivar la comunicación respetuosa entre iguales.
El trabajo colaborativo es algo más que trabajo en equipo. No se trata sólo de realizar un proyecto o conseguir un objetivo distribuyendo tareas y responsabilidades individuales entre componentes de un equipo.
Se trata de que el grupo trabaje como un solo individuo, con similar jerarquía y capacidad de influir, un grupo en el que pueden contribuir con sus ideas y deliberar para llegar a acuerdos.
Con estructuras pedagógicas de trabajo colaborativo se consiguen logros difíciles de alcanzar con otros sistemas, el alumnado aprende a tomar decisiones y desarrollar proyectos más enriquecedores que los creados de manera individual, es una forma de garantizar el intercambio de opiniones, conocimientos e ideas, es muy motivador y dirige a las niñas y niños hacia la creatividad.
El rol habitual de ser quienes transmiten los conocimientos pasa a ser el de quienes diseñan el camino para que se comparta el descubrimiento del conocimiento.
Por lo tanto, podemos añadir que estamos antes un método de educación inclusiva, que integra a las personas en el grupo para conseguir un logro común, y ese logro no es otro que el aprendizaje.
CUARTA CLAVE: Usar diversas metodologías y actividades variadas, dando a cada una el tiempo que sea necesario para crear deliberación y contraste de pareceres.
Así que damos la oportunidad de capacitarse para el trabajo grupal, la de adquirir la habilidad de resolver problemas en común, y la de desarrollar capacidades comunicativas. Y con la suma de todo esto, la de desarrollar el pensamiento crítico.
Es una innovación que no necesita de las TIC, el aprendizaje colaborativo tiene sentido pedagógico por sí solo. Sin embargo, el apoyo de las nuevas tecnologías puede ser un recurso de gran solidez.
QUINTA CLAVE: Utilizar las tecnologías de la información y la comunicación.
La conectividad a la que nos abocó, casi sin opción de réplica, el confinamiento producido a raíz de la pandemia, aceleró el proceso y agudizó el ingenio para incorporar la tecnología a esta tendencia que permite que estudiantes y profesorado dinamicen su día a día en las aulas.
La organización del aula en grupos de trabajo, la necesidad de comunicarse y respetarse, escuchar las ideas del resto, incorporar y compartir las propias; esto se hizo virtualmente durante la pandemia. Ahora, tres años después, se afianza como fórmula educativa con la utilización de diferentes métodos de trabajo, entre los que, como cabía esperar, está incluida la conectividad.
La evolución de las herramientas corre a la velocidad de los tiempos, algunas son más intuitivas, otras requieren un mayor tiempo de aprendizaje, pero todas las que ofrecen entornos seguros resultan de gran valor para multiplicar las posibilidades del aprendizaje colaborativo.
Tres grandes ejemplos son: aulaPlaneta; la plataforma de Google, G-Suite for Education; y la alternativa de Microsoft, Office 365 Education. Cada una de estas excelentes herramientas, con todos los recursos digitales que aportan, facilita de manera muy notable la posibilidad de crear un aula colaborativa.
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