15 December, 2021

Algunos países como Gran Bretaña o Japón los ponen en marcha, otros, como Australia, Canadá o Alemania debaten sobre la necesidad de instituir Ministerios de la Soledad. ¿Qué está pasando?

Podría pensarse que esos Ministerios de la Soledad están dedicados exclusivamente a la población mayor, pero no es así. Cada día más niños, niñas y jóvenes sienten la soledad en todas sus manifestaciones en las sociedades más avanzadas.

¿Será que eso de “sociedad avanzada” hay que leerlo con matices?

Los casos de niños y niñas con depresiones severas aumentan, también los de suicidios en edad infantil y juvenil. La pandemia ha afectado de manera notable a la salud mental de toda la población y en ese caldo de cultivo se acrecientan las autolesiones e intentos de suicidio entre los y las jóvenes.

Niños, niñas y jóvenes, que son habitantes de lo digital, encuentran a través de las redes estímulos que desencadenan situaciones nada recomendables y que desestabilizan su salud mental.

¿Realmente cuidamos a nuestra infancia?

Con un pequeño esfuerzo de recopilación de opiniones vemos que no hay una respuesta unánime. Hay quienes consideran que se dedican recursos más que suficientes al cuidado de la infancia y quienes valoran muy negativamente la mirada general de la sociedad hacia esa primera fase de la vida, y también quienes afirman que, efectivamente, a la infancia se la cuida mucho… y mal.

¿Qué podemos sacar en conclusión de los meses de aislamiento y en muchos casos, difícil soledad? 

niño en embaracdero

“educar personas sabias en una comunidad libre”

Algo no está funcionando si en el momento histórico con mayores y mejores posibilidades de conexión entre personas aumentan los casos de desesperanza y se acrecienta el triste sentimiento de no encajar.

Tal vez estemos creando un mundo virtual con carencias afectivas, con excesivos impulsos negativos, con demasiados riesgos asociados. Y tal vez, en paralelo al enseñar a vivir en el mundo tangible y tridimensional, tenemos que empezar a tomarnos muy en serio enseñar a vivir en el mundo virtual y bidimensional.

Porque lo que es seguro es que la educación es la columna vital para sostener un cambio social significativo. ¿Pero qué educación?

John Dewey decía que hay que educar para abrir el camino hacia una sociedad más justa y libre, en la que “el objetivo único de la producción no sea la producción de bienes sino la producción de personas que se asocien en términos de igualdad”.

Esta idea, ya centenaria ¿choca con las directrices de la vida moderna?

¿Nos damos cuenta del incalculable valor que pueden aportar las nuevas tecnologías a esta visión de la educación de Dewey?

Rescatar el sentido comunitario de nuestro paso por el planeta no está reñido con el uso de las nuevas tecnologías.

Hemos heredado de los grandes ismos de mediados de siglo XX una sociedad con sistemas económicos ultracompetitivos que nos alejan de esa idea de John Dewey, que no era necesariamente utópica.

Sin embargo, en este contexto, contra el bombardeo de informaciones, estímulos y propuestas que les llegan a través de las pantallas, tejemos redes de protección y cuidado para la infancia, y lo hacemos porque nos preocupa su educación, porque nos preocupa su futuro.

Si ponemos el objetivo general – el de la sociedad -, en educar personas sabias en una comunidad libre, como aspiraba Bertrand Russell, daríamos un paso gigante en ese cuidado virtuoso del que tenemos tanta necesidad.

¿Es la nuestra una sociedad que se preocupa de verdad por la educación y el bienestar de la infancia?

Sabemos que en los hogares con mayor apoyo parental disminuye la vulnerabilidad frente a comportamientos agresivos, pero también sabemos que el uso de lo que llamamos control parental se ve en ocasiones injustamente catalogado de autoritarismo y se le niega su utilidad.

Sabemos que muchas personas adultas permiten el acceso de niños y niñas a internet de manera ilimitada, sin filtros ni acompañamiento.

Citar a personalidades de la educación que definieron caminos hace decenas de años, como Dewey o Russell,  podría parecer una anomalía asincrónica en este mundo invadido y dominado por las TIC, las redes, las plataformas y las grandes empresas de comunicación global.

Sin embargo, no lo es. Rescatar el sentido comunitario de nuestro paso por el planeta no está reñido con el uso de las nuevas tecnologías. De hecho, fue durante el momento más duro de la pandemia cuando más hemos sido capaces de utilizarlas en favor de la socialización y el cuidado entre generaciones.

Aun así, niñas y niños sienten esta especie de soledad extraña y paradójica, la soledad en un mundo súpercomunicado. El sistema educativo tiene mucho que decir sobre esta soledad entre tanta gente.

la sociedad no puede exigir cosas que no cumple

José Antonio Marina, en su libro Aprender a vivir, editado por Fad y Ariel en 2004, apunta algunas ideas que también abren la mirada: “Todos somos responsables de la educación de los niños y niñas que se crían en nuestro grupo social”.

Marina se refiere con ese todos a los padres y las madres, a quienes ocupan las direcciones de los centros educativos, a los claustros, a los centros de apoyo, a las asociaciones de madres y padres. Y amplía el círculo que tiene en el centro a la infancia: los municipios, las fuerzas de seguridad, los medios de comunicación, las empresas… todos y todas, cada quien, desde su puesto en la sociedad, debe retomar su papel y enseñar a vivir.

¿Es esto posible? ¿No estamos en plena inmersión en un sistema que valora la individualidad sobre el grupo y el éxito social se mide en función de parámetros meramente individuales?

De ahí que Marina vea necesaria una pedagogía social, porque la sociedad no puede exigir cosas que no cumple.

En tiempos pasados no demasiado lejanos se entendía perfectamente que los productos de comunicación dirigidos a la infancia tenían que pasar por filtros de responsabilidad. No está de más que se traslade la inmensa responsabilidad que tienen a instagramers, streamers, youtubers, tiktokesrs e influencers en general. Una responsabilidad en el cuidado de la infancia y la adolescencia, que, en muchas ocasiones, es evidente que no asumen.

Hay que desarrollar ese sentimiento de equipo que tiene un objetivo común. Hace falta la tribu entera para educar a un niño o una niña, dice un proverbio africano. Cada quién desde su puesto y su preparación debería tener esta frase siempre presente.

María Montessori nos aportó, decenas de años antes de la irrupción de las TIC, los factores que ayudan al crecimiento sano y feliz: “la alegría, sentir la propia valía, sentir el aprecio y el amor de otras personas, sentirse útil y capaz de producir”.

Tenemos que devolver el sentido a las vidas de esas niñas y esos niños que sienten sus vidas desplazadas del inmenso y caudaloso río global. Sin duda prevendríamos situaciones de riesgo que acaban en la desesperación, la ansiedad y la depresión, y con ello, la necesidad de un ministerio de la soledad dejaría de ser un tema de debate social.

 

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