Sucede cada cierto tiempo; nos llegan noticias desde diferentes rincones que sitúan debates domésticos en primera línea. Las últimas llegaban hace un mes desde la capital de Finlandia, un país, hay que reconocerlo, que aparece muchas veces en los debates cuando se trata de educación. La noticia afirmaba que la ciudad de Helsinki adoptará “una postura más estricta respecto al uso de teléfonos móviles en las aulas”. Y con esta noticia, ya se ha liado.
Vamos a tratar de buscar el equilibro en todo esto.
En Finlandia, como en otros muchos lugares del planeta, hay una ley que establece que el alumnado no puede utilizar dispositivos que interrumpan las clases. No es algo nuevo, es algo, además, bastante extendido.
Lo nuevo del caso es que, mientras se espera que el ministerio de educación finlandés presente un proyecto de ley que restringirá algo más el uso de móviles en centros de enseñanza, la ciudad de Helsinki se ha adelantado con un par de matices: la exigencia a las escuelas de prohibir el uso “disruptivo” de móviles y la autorización a las y los docentes de incautar esos teléfonos si el alumnado no cumple con la norma.
Para facilitar esto, además han propuesto un sistema de depósito de móviles que valoran como un gran avance. De modo que el alumno o la alumna, en lugar de guardarlo en su mochila, dejará, si así le parece bien, el teléfono a buen recaudo, durante el tiempo que el centro considere oportuno, y siempre dentro del horario lectivo.
Todo esto llega, a la norma primero y a la prensa después, porque tienen la confirmación de que los teléfonos son especialmente inadecuados en los últimos tres años de la educación primaria, y continúan siéndolo, aunque en menor grado, en secundaria.
Y aunque ésta noticia ha saltado fronteras y se ha instalado en nuestros foros de conversación, resulta que hay otra que merecería también un puesto en esos foros y ha pasado desapercibida…
Estamos ante una nueva oportunidad de situar a la educación a la cabeza de las soluciones.
Pero antes de meternos en lo que se estaba decidiendo en las altas esferas de la educación en Reino Unido poco antes de las últimas elecciones generales, incluyamos aquí una realidad que puede ayudar a situar el pensamiento:
Ante cualquier ley educativa que se plantee, al margen de cualquier otra consideración, hay que tener siempre en cuenta que los niños y las niñas pasan el 14% del año en el colegio (185 días lectivos, 7 horas al día, 1.295 horas de las 8.760 que tiene un año), y el 86% restante del tiempo no lo pasan en el centro escolar.
Si descontamos el tiempo de sueño recomendado, el porcentaje de tiempo “activo” nos llevaría aproximadamente al 23% de su año en las aulas. El 77 % del tiempo que pasan despiertos y despiertas lo hacen en otros lugares que no son el centro de estudios.
Así que, considerando esto, es fácil convenir que ese 23% de tiempo de vigilia sería muy conveniente que fuese tiempo de calidad. Un tiempo útil, feliz y estimulante. Y de ahí que preocupen tanto las distracciones, sobre todo si son distracciones que pueden acarrear algunas consecuencias muy negativas.
Pero vamos a Reino Unido, porque allí, hace unos meses, el Comité de Educación de la Cámara de los Comunes, ha barajado pedir al gobierno que implante la prohibición total de teléfonos móviles a menores de 16 años. No en las escuelas, no, en todo momento.
Para aclarar: el mismo escenario que tiene el consumo de alcohol para menores de 18 años, cambiando alcohol por móviles y 18 por 16.
¿Y ésta idea?
Los informes que manejan dejan en evidencia que lo experimentado hasta el momento para proteger de contenidos peligrosos y otros riesgos derivados del uso de dispositivos móviles a la población menor de 16 años no están resultando. La llamada Ley de Seguridad en Línea está siendo un fracaso, las empresas y plataformas no la observan a la hora de delimitar quién puede y quién no puede consumir determinados contenidos.
El asunto es que entre los beneficios y los perjuicios que los móviles ofrecen en estas edades, el Comité de Educación de la Cámara de los Comunes considera que los perjuicios ganan por goleada.
Resulta interesante conocoer que esta medida sería considerada “radical” incluso por quienes la pretenden aplicar, y que valoran otras de índole menos drásticas, como la posibilidad de que existan teléfonos inteligentes “para menores de 16 años”, que tendrían, de serie, controles parentales predeterminados y la imposibilidad de descarga de aplicaciones que no sean beneficiosas para su desarrollo, y en las edades más tempranas, no tendrían opción de acceso a Internet.
Veremos por dónde van los caminos que irá trazando el nuevo gobierno británico, aunque la piedra ya está lanzada y produciendo ondas en el remanso de las opiniones.
Los móviles son un elemento de distracción que reduce la capacidad de atención y de concentración.
Para ir cerrando este espacio de reflexión a cuenta de las noticias que llueven desde tantos puntos del mundo, sin amplificar nada, sólo basándonos en los datos reales, tengamos en cuenta tres cosas:
- El 23% de los jóvenes muestran conductas adictivas relacionadas con sus teléfonos inteligentes.
- Los móviles son un elemento de distracción que reduce la capacidad de atención y de concentración.
- Los móviles, también hablando en materia educativa, resultan una puerta abierta al ciberacoso y pueden llegar a provocar, paradójicamente, aislamiento.
¿Qué nos dice la historia?
La historia nos dice que los problemas en los centros escolares no desaparecerán prohibiendo los móviles, ya los había antes de la aparición de éstos en el mundo.
Que una cosa es regular y otra es prohibir, porque una prohibición total tal vez aleje los perjuicios, pero también hace desaparecer los beneficios.
Que muchas veces los hijos e hijas replican comportamientos que ven a diario en sus familias y que esta realidad es pocas veces tenida en cuenta a la hora de definir las causas de los problemas.
Que el mejor camino que se conoce para evitar los problemas de salud es educar y formar a la infancia, a la adolescencia, a las familias y a la sociedad. Antes, estos problemas tenían otros orígenes, hoy, a los motivos tradicionales se han incorporado los derivados del mundo conectado.
En consecuencia, y ante el aluvión de noticias que seguirán llegando desde muchos sitios, pues el problema existe, está ahí, quienes tratan de construir una sociedad más saludable y feliz siempre buscarán fórmulas nuevas al ver que las implantadas no funcionan. En consecuencia, decíamos, cabría pensar, (y no de forma individual, sino colectiva), que estamos ante una nueva oportunidad de situar a la educación a la cabeza de las soluciones.