Más de 861 millones de niñas, niños y jóvenes en 119 países han tenido que cambiar sus hábitos de relación interpersonal en sus centros educativos por causa de la pandemia. Esto les ha obligado a sacar a relucir habilidades sociales y culturales para acelerar la adaptación a esa otra forma de vida que han necesitado asumir.
Adaptarse a nuevas formas de relación, acatar normas sobrevenidas, no todas ellas de fácil comprensión; ese está siendo el gran reto de convivencia de toda una generación.
Primero, y en medio de una incertidumbre global, han pasado un tiempo siendo parte fundamental de la transformación de sus aulas en aulas virtuales, y después, han retomado con disciplina la ansiada presencialidad, pero ha resultado ser una presencialidad limitada.
El aula, tanto aquella virtual e improvisada de los días de confinamiento, como la presencial, es una comunidad. En ella, el alumnado, con analogías y diferencias, convive día a día y participa de un mismo hecho educativo, algo que no se ajusta exclusivamente a los contenidos curriculares y que cada cual interpreta de modo distinto.
Desde Educación Conectada hemos lanzado este reto y hemos hablado con la especialista en educación a través del juego, Esther Hierro, sobre lo que ha supuesto este reto, emocional y socialmente, para los niños y las niñas. Ella se muestra convencida de que hay cosas que para las que no hay vuelta atrás, hace años que decimos que la educación no puede quedarse atrás, y la pandemia ha fortalecido esa idea. Esto es imparable.
Ante el extraordinario ejemplo de adaptabilidad del que ha dado muestra esta generación aún se ha visto con más claridad la necesidad de cambiar. El alumnado ha aprendido mejor cuando se le ha dado oportunidad de auto disciplinarse. Cada vez hay más personas que no aceptan discursos únicos y hemos abierto algunas puertas, gracias a esta situación excepcional, que ya no vamos a querer cerrar: la salud mental, la soledad, son cajas de pandora que se han abierto. Esta situación nos anima a trabajar más sobre el modelo de persona y menos sobre los contenidos, a procurar garantizar el aprendizaje 365/24.
La generación de estudiantes que están viviendo esta experiencia ha notado este gran cambio y ha reaccionado ante él.
El hecho de que haya sobrevenido la necesidad de implantar la educación a distancia, de manera algo precipitada, ha dado a cambio una primera visión adelantada sobre esta fórmula educativa, y en las primeras valoraciones ya se puede afirmar que, si bien no es la solución perfecta, tenemos la seguridad de que instituciones, docentes, alumnado y familias tienen la total disposición para adaptarse y tomar sus aspectos útiles.
Otra idea general que ha salido reforzada en la última etapa de la pandemia es que pertenecemos a una categoría animal con dos características únicas: somos por naturaleza seres sociales, que construimos y transformamos la sociedad en la que vivimos y, también por naturaleza, somos seres culturales. Nuestras sociedades no son la suma de individuos, sino la red de relaciones culturales y sociales que las componen.
Por eso la labor de docentes ha tenido tanto impacto en la evolución de este momento tan particular y difícil, primero adaptándose rápidamente a la nueva realidad del mundo virtual y posteriormente, lidiando con las dificultades del complicado reencuentro en las aulas, con los inconvenientes añadidos de mascarillas y distanciamiento social. Esto último ha derivado en la necesidad de reforzar el aprendizaje emocional para afrontar las relaciones entre el alumnado.
Esther Hierro, añade sobre esto que la naturaleza de las personas es la socialización, son las ganas de hacer y de aprender. En este tiempo, niños y niñas han tenido que trabajar algo tan básico como la resiliencia y han decidido, “si no podemos socializar de modo tradicional, socializamos de otro”.
De manera que podemos desentrañar un mensaje de su actitud y sacar de ese mensaje una conclusión: si conseguimos no chafarles cada vez que intentan aprender a convivir por su cuenta ya tendremos mucho adelantado.
En todas partes del mundo se ha prestado mucha atención a ese aprendizaje emocional ante las dificultades de relación que se han impuesto por la necesidad de salvaguardar la salud, justamente en esa etapa de crecimiento que es clave para el desarrollo emocional y cerebral, una etapa en la que un período de cuatro, cinco o seis meses supone todo un mundo para el desarrollo.
Si vivir “en dos dimensiones” en vez de tres, como estuvieron haciendo durante un tiempo, fue un factor de agotamiento psicológico y obligó a emplear mayor esfuerzo en expresarse y en comprender al resto, las pautas impuestas en el comportamiento en las aulas también ha sumado enteros a ese agotamiento mental; el esfuerzo de comprensión gestual a través de las mascarillas, la experiencia de las burbujas de convivencia y la frustración diaria por no poder enfrentarse a las actividades físicas con la libertad con la que podían hacerlo antes de la pandemia.
La pandemia ha sacado a relucir cosas que ya intuíamos, por ejemplo, que estamos ante una generación que necesita que la escuchemos.
La pandemia ha sacado a relucir cosas que ya intuíamos, por ejemplo, que estamos ante una generación que necesita que la escuchemos. También que tenemos que plantearnos seriamente crear una escuela que no esté estructurada desde nuestros intereses como adultos, y sí en los intereses de personas del siglo XXI.
A esta conclusión ha llegado Esther Hierro al comprobar en este tiempo que cada vez que se les cierran puertas, abren ventanas. Y de convivir, por ejemplo, en patios “futbolcentristas”, ante la imposibilidad de continuar con esa dinámica tradicional de juego, han inventado otros juegos y entretenimientos alternativos, buscándolos a través de la creatividad. Nos han invitado, con esos detalles, a permitirles que sean protagonistas de sus propios avances.
Es importante prestar atención a señales como la agresividad, el silencio, el aislamiento, el miedo.
Es evidente que la pandemia no ha sido positiva para la salud física y mental de la comunidad educativa. El aislamiento ha cambiado la definición de la socialización y ha provocado sensaciones diversas tanto en la población infantil como en la adulta. Pero hay una lección que hemos aprendido, es imprescindible enseñar a los niños y niñas a conocerse desde el punto de vista emocional, y es importante prestar atención a señales como la agresividad, el silencio, el aislamiento, el miedo. Todas estas señales pueden indicar que estamos ante una persona que ha sufrido un déficit en la relación con sus iguales.
Desde todas partes se están compartiendo experiencias muy ricas vividas en este tiempo tan complejo. Cuando preguntamos a Esther Hierro qué piensa sobre la personalidad global de esta generación que ha debido convivir en medio de una pandemia mundial, nos aporta estas consideraciones:
Ahora saben que las cosas no les vendrán dadas, tendrán que levantarse y superarse. Creo que esta generación puede ser la del despertar, han ido tan de cráneo ante este problema que tienen que ponerse las pilas. Creo que van a tener más voz y más criterio. Tienen referentes de gente muy joven que está alzando la voz. Es una generación con ideas propias y que ante esta situación de riesgo ha conseguido una madurez extraordinaria.
Los niños y niñas de la pandemia están actuando ya siendo conscientes de que necesitan contar con habilidades sociales y emocionales para sobrevivir y prosperar en sociedad incluso antes de desarrollar otras destrezas.
Ese es su reto, superar el distanciamiento que se ha impuesto, y hacerlo con imaginación, creatividad y nuevas fórmulas de relación.
Si aceptan y consiguen este reto, tal vez sea posible que lo ganado en adaptabilidad, compañerismo y flexibilidad, compense de alguna manera todo lo que, sin duda, han perdido.